martes, 23 de abril de 2019

Toda la verdad de mis mentiras , Elisabet Benavent


¡Buenas noches a todos!

En esta noche de lluvia me gustaría compartir con todos vosotros otra de esas reseñas que tengo pendiente.

En este caso os traigo: «Toda la verdad de mis mentiras» de Elisabet Benavent. Como ya sabéis es una de mis escritoras favoritas, de las que tengo todavía demasiadas reseñas pendientes.  





·         Tapa blanda: 544 páginas          
·         Encuadernación : Tapa blanda
·         Editorial : SUMA
·         Idioma: Español
·         ISBN-13: 9788491291893




No fue el título de la novela lo que me llamo la atención. En este caso fue la sinopsis la que no me hizo dudar en ningún momento. He de reconocer que pintaba demasiado bien un viaje durante una larga semana de agosto en un auto caravana y más si a eso le añadimos alcohol, mentiras y una despedida de soltera.

No tardé nada en enamorarme de Coco, de su valentía, de su forma de quererse por encima de todo y de su naturalidad. Naturalidad con la que empieza un libro dejándote al descubierto su mayor mentira, la cual será telón de fondo durante todo el libro. No sé si os podréis hacer una idea pero sí, se llama Marín, es su compañero de piso y está completamente enamorada de él a sabiendas de que no debe y que para ella Marín está completamente prohibido.  
No puedo comentaros mucho en referencia al resto de personajes porque no he conseguido verme reflejada en ninguno. Ni he visto a nadie de mí alrededor. Algunos comportamientos vagos pero no me he encaprichado de ninguno. Ni siquiera de Coco pero digamos que tiene una historia muy dada a pasar en la realidad y eso siempre engancha.  ¿Quién no se ha enamorado de quien menos debía? Siendo tóxico o no. Lo nuestro es lo prohibido y los castillos en el aire.

Tiene como escenario la capital y varias ciudades de España. Al final lo importante es el viaje en auto caravana, no tanto en sí un escenario estático como Madrid. El mar y la playa también te llevan un poco a una de sus anteriores bilogías y a lo importante que es para ella el lugar donde nació. También hace referencia a Sofía y a Pablo y eso siempre enamora un poco más.

Creo que debido a ser la única entrega y a la historia en sí, hay mucho más telón de fondo que episodios tórridos. Aunque todos los episodios tórridos que hay tienen bastante donde profundizar y bastante con lo que imaginar. Hay situaciones bastante comprometidas y sitios poco dados a ello. Es lo que tiene un auto caravana llena de gente y sin ningún tipo de intimidad.

Después de esto, espero que os haya quedado claro que os recomiendo la historia. Os recomiendo sobre todo poneros en su lugar, en el lugar de todos ellos y pensar si vosotros con vuestra gente más allegada conseguiría salir tan ileso de un viaje en auto caravana. Todos guardamos mentiras y como diría Elisabet : «La verdad que esconden las mentiras suele ser que lo que callamos es lo que más nos importa.»

Ha sido una lectura muy rápida, muy entretenida y muy profunda. Al final, ponerte en la piel de los protagonistas con la gente de tu alrededor te lleva a darte cuenta de que todos guardamos secretos en nuestro interior y que si se supieran todos quizás no conseguiríamos acabar tan bien.

Me he sentido libre por Coco al acabarlo. He sido feliz por ella y me he sentido muy orgullosa. Ha sido una guerrera incluso cuando estaba hecha polvo. Al final hay que quererse por encima de cualquiera y ella te lo demuestra bien. Hay silencios que dicen más que las propias palabras, y si no que se lo digan a Coco.   

¡Hasta pronto!    

martes, 12 de febrero de 2019

Todavía.


Era una tarde extraña. Estaba en uno de esos días taciturnos. Había decidido alejarme un poco de todo y de todos por decisión propia. Me había alejado del móvil por unas horas y había notificado como urgente cualquier encargo de trabajo o llamada familiar. Había seleccionado una de esas listas de Spotify que siempre te pones en días así. Deberían definirse en sentimientos en lugar de títulos o de géneros. No iba a ningún lado siendo tan intensa. Ya lo sabía…Había preparado mi taza favorita, una cafetera de café y mi viejo escritorio. Hacía mucho que no me sentaba en él a escribir y a realizar todos los encargos que tenía cada día. Lo echaba de menos. Parecía una tontería pero sentarme allí y poder ver el horizonte anaranjado a través de la ventana conseguía evadirme de todo, al menos por un rato.

Había conseguido darle forma a una de esas ideas que te rondan en la cabeza y no te dejan concentrarte en nada más. Estaba contenta con el resultado, todavía no era de 10, pero se acercaba bastante. Le quedaban horas de trabajo y de perfeccionarla pero podía decir que me había sacado una sonrisa de satisfacción. Estaba ajena del mundo escuchando una de esas canciones que siempre te hacen bien, que te acarician la piel y las suturas cuando de repente  mi mente caprichosa decidió activarse al mundo real. En el mundo real las cosas iban bastante bien. No podía quejarme en el plano familiar, ni social, ni siquiera de trabajo. Pero. Siempre hay un pero. En este caso era un pero con nombre propio. Lucas.  

Suspiré. Levanté la cabeza y la giré hacia la cama de Tizón, dormía plácidamente, ajeno del mundo. Despreocupado. Incluso si increpabas al silencio podías escuchar sus ronroneos desde allí. Le envidié. A veces me gustaría ser un poco como él, tener todos los pequeños detalles de la vida de alguien que me quisiera como le quería yo. No había sido una decisión a la ligera, lo premedité mucho. Sabía que tener un animal no es como tener un juguete. Sabía que tenía sus responsabilidades y que debería de hacerme cargo de él también en días en los que no pudiera ni conmigo misma y no pude evitarlo. Le vi la carita tras los barrotes de aquel refugio de animales y quise que se quedara conmigo el resto de la vida. De esto ya hace un año.  Yo tenía 25 y el acababa de cumplir un añito. Ahora cumplimos juntos.
Me levanté y me acerqué a él, le recoloqué la cama bien quitándole alguno de sus juguetes de allí para dejarle espacio, se removió y le rasque en la cabeza como le gustaba. Maulló y me lamió la mano. Le deje un beso entre las orejas y me alejé en busca de mi teléfono móvil.

Quité mi personalizado modo Beth. Dejé que empezarán a llegar las notificaciones. Buscaba que apareciera su nombre pero, ¿a quién quería engañar? No tendría un WhatsApp suyo. Visualicé Instagram y sus locos likes, quité todos aquellos mensajes de las de siempre, respondí a alguno que otro mensaje individual sobre cuestiones banales de la vida que te gustaría responder en persona y con alguna cerveza en mano pero la distancia manda:

¿Qué tal va la semana? – Leí de la mano de él. Era un desastre para las relaciones sociales vía instrumentos del siglo  XXI pero se había prometido intentar mantener todo y pese a mis pequeñas «broncas» por pasar una semana sin dar señales de vida, lo estaba consiguiendo.

Mucho curro la verdad. No he parado. ¿Y tú Qué? Tenemos que llamarnos pronto. Por favor. – Declaración de intenciones. Nunca había sido capaz de estar sin él más de una semana. Hablar con él era como ese bálsamo que lo calma todo. Era como la calma antes de la tormenta. Era una de esas amistades que se quedan pese a todos los defectos del mundo. Era conocernos mejor que nadie y entendernos en el silencio. A veces, solo era eso, silencio para encontrarnos en un palabra del otro.

Enviado. Revisé todo lo demás. Nada urgente. Nada prioritario. Nada. Eso era lo que más me dolía. Después de todo, nada. Busqué su contacto y miré su foto. En línea, por cierto No ha habido cambios desde la última vez. Desde la última recaída. Había salido huyendo de su casa y no había mirado atrás. Me había escrito días después para saber que tal estaba pero sobre todo para saber porque huía. ¿Cómo iba a ser capaz de responderle si ni siquiera yo misma lo sabía? ¿Huía de él? ¿De la sensación?... ¿Del pasado fallido? No estaba acostumbrada a sus declaraciones de amor. No después de todo. Nos habíamos hecho mucho daño. Nos habíamos querido por encima de nuestras posibilidades y habíamos fallado. Pero sobre todo nos habíamos fallado. No sabíamos estar juntos pero tampoco sabíamos estar separados. Siempre habíamos sido de esos que se pelean y se desean con la misma intensidad. Vaya intensidad…

Se apagó la pantalla de mi móvil mientras pensaba en todo aquello y me quede allí. Parada. Inmóvil. Apagada. Le echaba de menos. Pero, joder con los peros. Pero no debería ser. De repente sonó mi móvil, adiós el modo Beth, tardé 5 segundos en reaccionar. Esa canción. No, no, no… por favor no. Llevé mis manos a la cara. Aunque no lo estuviera viendo su nombre parpadeaba en la pantalla de mi móvil esperando una respuesta. Sabía que si no contestaba la próxima vez tendría que ser mi orgullo el que aporreara su puerta si quería saber algo de él. Estaba siendo valiente y yo una puta cobarde llena de miedos. Tanteé mi móvil y descolgué.

– Hola grandullón. Siento la tardanza me habías cogido absorta escribiendo, ya me conoces. – Solté sin previo aviso con una risa de lado en la cara intentando sonar creíble. Realmente estaba absorta pero más que escribiendo pensando en él.

– Ya pensaba que estabas huyendo de mí, nuevamente. – Dijo en un reproche seco. Dolió. Si él supiera… Si alguna vez hubiera sabido todo. – ¿Por cierto, me abres? – Me saco de mis pensamientos con esa pregunta.

– ¿Cómo? – Conseguí decir al tiempo que escuché el timbre de casa sonando y empecé a escuchar los tonos de la llamada interrumpida por el interlocutor. Le iba a matar. Os juro que le hubiera asesinado con la mirada si hubiera podido. ¿Con qué derecho se presentaba en casa sin avisar? Tenía que avisar. Claro Beth para que no le abrieras la puerta jamás. Pusieras mil excusas y te buscaras mil planes. Chica, a veces, pareces tonta. Volvió a sonar el timbre y solté sin más. Ya voy, dame un minuto. Dame más bien una vida entera para conseguir estar preparada para aquello, pensé.

Sin más, me encaminé hacia la puerta de casa y la abrí. Estaba de estar por casa, llevaba un pantalón ancho y una de mis sudaderas favoritas. Ah y uno de esos moños en el pelo que te hacen ser la número uno del anti morbo. Él, sin embargo, estaba guapísimo. Había aprovechado que había salido de la oficina para presentarse en camisa blanca, pantalón vaquero y sus mocasines favoritos. Por favor, matadme. Me apoyé en el marco de la puerta y le dejé el espacio suficiente y perfecto para invitarle a entrar. Cerré cuando ya estuvo dentro y me apoye levemente sobre la puerta de espaldas a lo que estaba a punto de pasar. Respiré. Exhalé. Volví a respirar y me giré al interior.

Había aprovechado bien el tiempo. Había dejado sus cosas en el recibidor. Había ojeado mi ordenador y mi momento de creación. Se los sabía de memoria. Había trabajado y vivido muchos meses con ellos y jamás había puesto un pero en ellos. Había cogido a Tizón en brazos y le estaba haciendo cosquillitas y evitando que le lamiera toda la cara. Que pegajoso era mi chico, de verdad. Me reí sin poder evitarlo y me acerqué a ellos. Al momento Tizón maulló a modo de lloriqueo porque se quería venir conmigo y Lucas no le dejaba. Apoyé la barbilla en el hombro de Lucas y dejé que Tizón se retorciera en mi cara tanto como quisiera. Cerré los ojos. Supongo que necesitaba ese momento para ser capaz de afrontar esta situación de una forma madura y adulta. Suspiré y sentí su olor. Volví a notar mi nariz impregnada de él y llevé mis manos alrededor de su cintura sin poder evitarlo. Un acto de reflejo. Una de nuestras bonitas costumbres. Mierda, pensé. Intuí su sonrisa y le maldije. Lo había vuelto a hacer. Le había vuelto a invitar. Ya no había marcha atrás.

Se deshizo de Tizón en cuestión de segundos y se giró a mí. Abrí los ojos y le sonreí. Él también sonreía. Le rodeé el cuello con mis brazos y me pegue a él con necesidad de sentirle otra vez. Dejo sus manos en la parte alta de mi culo y le susurré en un suspiro.

– Lo siento. Ya me conoces. – Lo dije sin miedo. Tranquila. Nunca había sido culpa suya que no me abriera, siempre había sido cosa mía. Él ya había luchado bastante con eso. No era momento de más.

No dijo nada. No lo dijo porque sin más se abalanzó a mi boca. Entreabrí mis labios y aprovecho para meter su lengua. Me recorrió entera. Me subí a su cadera como pude mientras respondía a cada uno de los movimientos de su boca. Me enganché a su cadera y sus manos se perdieron en mi culo. Me apretaba a él con necesidad. Con fuerza. Con ganas. Muchas ganas. En cuestión de segundos tenía un bulto haciéndome presión en la parte baja de mi vientre. Me removí sobre él un poco. Me había despertado por completo y ahora lo quería todo, pero él, quería mi boca con desesperación. Como si tuviera miedo del tiempo que podía estar sin besarme. Subí mis manos de sus hombros hasta su pelo y seguí esa desesperación. Mordí su lengua y se quejó mirándome de reojo. Acto seguido empezó a andar conmigo encima y sonreí en medio del beso sabiendo que lo había conseguido. Me llevaba al primer lugar de la casa donde pudiéramos corrernos como animales.

Llego al sofá y se sentó conmigo encima. Me recoloqué sobre él cuando me dejo sentada sobre él y me apreté todavía más. Sentía toda su erección contra mi vagina. Pensaba que podía explotar. Incluso llegaba a hacerme daño esa presión. Me deshice de sus labios a regañadientes mientras tiraba de sus vaqueros y me deslizaba por sus piernas. Él me ayudo quitándose el bóxer mientras me quitaba la sudadera y los leggings negros quedándome en ropa interior. Vi cómo me miraba desde allí abajo. Se mordía el labio desesperado con la mano en la polla. Esperaba que me sentara sobre él y me moviera. De esa forma que le hacía desatarse por completo. Me reí levemente y lo vi en sus ojos. Me agache frente a él, quite su mano en un silencio que significaba esto es para mí y la lleve a mis labios. Humedecí la punta con mis labios y absorbí levemente mientras alzaba la mirada hacia él. Sentí sus manos sobre mi moño deshecho y sus gruñidos de placer. Se mordía el labio cuando la metí por completo en la boca y la saque lentamente.

– DIOS, pequeña. – Volví a hacerlo un par de veces y sentí como se retorcía en el sofá. Me ponía muy cachonda verle tan desesperado. Ver cómo me decía con la mirada que parara porque se iba a correr y todavía no quería. Quería hacerle sufrir un poquito más. La saque por completo hasta la punta y empecé a chupar con fuerza y a relamer el frenillo únicamente. Echo la cabeza hacia atrás y soltó un jadeo de lo más profundo de su boca. – Si, pequeña. Así, no pares.

Pero iba a parar y lo sabía. Seguí unos instantes más y la saque despacio de su boca. Bajo la mirada hacia a mí y me tendió una de las manos ayudándome. La cogí y entendí la invitación. Me subí sobre él entre risas y mordiéndome el labio y cuando estuve a horcajadas sobre él, sentí como sin poder esperar que lo hiciese yo, me penetraba por completo. Hasta el fondo. De una embestida. Me arqueé por completo con los ojos en blanco y la espalda hacia atrás. Suspiré y gemí. Sentí sus manos en mi espalda y llevé las mías a sus hombros. Me acomodé a su polla completamente húmeda por mi boca. Sentí como me abrazaba con la cara entre mis tetas y dejé varios besos sobre su pecho quedándonos así durante unos segundos.

– Todavía. – Le dije mientras sentía como su polla tenía espasmos dentro de mi vagina. Sentía como sus reacciones más humanas llamaban a las mías sin poder esperar. Se lo dije desnuda sobre él mientras hacíamos el amor una vez más abriéndome de nuevo a él. Todavía le quería.

Me embistió con fuerza desde abajo desbancándome y sacándome de ese momento íntimo. Me saco un jadeo y un joder al mismo tiempo. Golpeó con furia mi interior y se clavó hasta el fondo, donde solo le gustaba estar a él. Lamió mis pechos y mis pezones. Mordió mis tetas. Agarro mi culo con furia mientras me pegaba a él por completo. Estaba completamente llena de él. De amor y de placer. En cada rincón de mi cuerpo le sentía en una u otra forma y pensaba que me iba a desmallar. Me sacaba jadeos y gemidos desesperados. Hacía que todo mi interior se contrajera y paraba justo cuando sabía que me iba a correr. Jugaba a que no me fuese todavía. Le encantaba tenerme caliente, cachonda, desesperada y desatada para él. Apreté mis muslos contra él en una de las embestidas y me acompasé a él. Quería y necesitaba correrme, mi cuerpo pedía gritar su nombre durante un orgasmo. Bajé la mirada y él levantó la suya. Llevo sus labios con los míos y mientras nos besábamos como dos enamorados empezó a correrse en mi interior entre espasmos cuando mi interior se contraía por completo en un orgasmo que llevaba su nombre. Siguió bombeando sus caderas todo lo que podía sin separarse de mis labios y fue aminorando el ritmo. Fue parando lentamente mientras me dejaba sentada sobre él. Se separó de mis labios lentamente con la cara colorada por el sudor y el esfuerzo mientras le mesaba el pelo con cariño.

– No lo vuelves a hacer otra vez. – Sentenció mirándome a los ojos. Sentenció y yo comprendí que significaba esa frase. Sentenció y me deje querer por su cuerpo desnudo pegado al mío y sus dedos en mi espalda.

– No me dejes hacerlo, por favor. – Esa era yo. La enamorada. La que no tenía miedo.  La que no le importaba ser débil. La que no quería dejar de quererle nunca. La que no quería volver a huir y para ello le pedía ayuda.

Sentenció y sentencié. Lo sabía. No era una simple frase. Era una declaración de intereses. Una petición de ayuda. Una necesidad. Necesitaba que nunca me dejara irme para que supiera que siempre tenía que quedarme. Aquella noche me quedé y se quedó. Se quedó desnudo conmigo en el sofá haciéndome cosquillas en la espalda. En la cama haciéndome gritar, haciendo que me corriera otra jodida vez.  Durmiendo conmigo.  Se quedó y yo me quedé con él, en él y enamorada de él. Todavía.




domingo, 3 de febrero de 2019

Desde que te cruzaste en mi vida.


Podría pasarme toda la tarde mirándote a hurtadillas mientras haces todo eso que te hacer ser quien eres. Adoro la forma que tienes de concentrarte con el ceño fruncido y esa respiración acompasada pero acelerada que avecina frustración si no sale a la perfección. Tan perfecto como esa risa que aleja todo el miedo cuando ni siquiera le he visto entrar. Podría quedarme absorta en los movimientos que hacen tus manos…tan frenéticos, tan precisos, tan tuyos. Me encanta la facilidad que tienen tus manos para hacer que cualquier cosa vuele, entre ellas : mi pelo y esa odiosa (pero adorable) manía que tienes de despeinarme. Podría y puedo.

Llevo toda la tarde enganchada a una historia cualquiera con una de mis tazas preferidas en las manos mirándote de reojo y a hurtadillas. No tienes ni idea. Estás a tus cosas y yo a las mías, que a veces, como hoy, también tienen que ver contigo. Eso nos hace ser nosotros. Tan dependientes e independientes a la vez, qué paradoja. Adoras que esté pero que no diga nada. Me encanta que me sientas cerca pero que me dejes a mi bola.  No puedo quitar la vista de ese movimiento tan natural y tan relajado que hacen tus hombros cuando acabas algo como a ti te gusta. Es uno de ese tics que nunca dirías que tienes pero que yo me sé de memoria. No puedo evitar reírme sordamente al verte la cara, esa que pones cuando estás enajenado del mundo y crees que nadie se da cuenta. Tan lejos del mundo, tan indefenso, tan frágil. Tan humano.

He conseguido escribir un capítulo en lo que llevamos de tarde haciendo nuestras cosas pero, juntos.  Un mísero capítulo. Pero es que no consigo concentrarme en una historia que no sea la nuestra. Ahí, en tu silla, ajeno de todo, no sabes que llevo admirándote toda la tarde. Admirando la forma en la que haces del mundo más fácil. Admirando tú forma de trabajar sin descanso. Admirando la sombra que tienes debajo de esos grandes ojos cielo. Admirando la sonrisa que siempre llevas dibujada en la comisura de tus labios. Y aquí me tienes, admirándote un poquito más.

Sin darme cuenta he dejado de mover las manos por el teclado absorta en estos pensamientos, ensimismada en otra realidad.  La que vivimos entre estas 4 paredes cuando estamos juntos, reina el silencio y no puedo dejar de quererte. Sonrío. Estás guapísimo. Tienes un brillo diferente en la cara. Me muerdo el labio, sé que probablemente me mates después por lo que estoy a punto de hacer pero no puedo quedarme aquí escribiendo una historia que es la que me apetece vivir ahora. Me levanto con sigilo, muy despacito. No quiero que me escuches llegar aunque por como canturreas sé que estas lejos de lo que estoy a punto de hacer. Me quedo detrás de ti y miro por encima de tu cabeza. Me quedo embobada por unos segundos. Estoy orgullosa de ti y de tu trabajo. Me encanta lo que haces y ojalá que siempre lo compartas conmigo. Eres increíble y creo que no te lo digo tanto como me gustaría. Suspiro.

Tardas más de cinco segundos en reproducir ese suspiro en tu cabeza. Finalmente dejas lo que tienes entre las manos y alzas la cabeza. Me sonríes con timidez, me acababas de pillar espiándote y a pesar de los años todavía te pone como un tomate. Te devuelvo la sonrisa cómplice, odio molestarte cuando estás creando. Es una de esas estúpidas normas que nos pusimos cuando dijimos de empezar una vida juntos. Pero sabes que si lo hago es porque no lo he podido evitar. Porque me supera la idea de que tus manos no estén perdiéndose en mi piel. Porque me supera la necesidad de ti y de sentirte. Solo puse esa condición el día que pusimos la norma y aceptaste. Qué iluso. Las ganas de ti me superan todos los puñeteros días.  Me río, me sale sola, natural. Fluye como estábamos a punto de fluir nosotros.

– Te quiero.  – Te susurro con calma. Con suavidad. Como si lo llevase pensando toda la vida y no hubiese sido capaz de soltarlo hasta ese momento. Lo hago casi en tus labios y acabo dejándote un suave beso. No hay saliva. No hay rapidez. Me dejas a mi ritmo. Abres tus labios y los juntas con los míos. Siento como alejas un poco la silla del escritorio a modo de invitación. Me encantaba cuando hacías eso. Cuando me dabas esa tregua. Cuando me invitabas en silencio a molestarte en tu momento.

Me siento sobre ti a horcajadas separándome de tus labios y dejo caer mis brazos sobre tus hombros. Te ríes y me río contigo. Sabes que se ha acabado el trabajo por hoy, que lo he decidido por ti y que no vengo en son de paz. Cuelo mis dedos entre tu pelo mientras me pierdo en la inmensidad del cielo y me susurras. – ¿Desde cuando llevas comiéndome con la mirada? – Me quedo callada unos segundos y acto seguido te sonrío para responderte después. – Desde que te cruzaste en mi vida.

Niegas con la cabeza, lo he vuelto a hacer. He vuelto a desbancarte. Has vuelto a perder en el asalto y ambos lo sabemos. Sonríes con esa sonrisa de un día de estos me vas a volver loco y me besas y esta vez lo haces a tu modo. A tu ritmo. A tu gusto. Me dejo hacer. Me acompaso a ti y empieza a caer la poca ropa que llevamos puesta. Me quedo en ropa interior  encima de ti. Siento tus manos perderse por mi espalda, tirar del cierre de mi sujetador y deshacerte de él en segundos. Tenías experiencia con ese sujetador. Es de tus favoritos. Acto seguido siento como acercas tu boca a los tirantes y tiras de ellos hasta ver como cae al suelo. Me muerdo el labio y me remuevo sobre ti y tu erección completamente preparada y bajo mis manos de tu pelo hasta tu bóxer, empiezo a tirar de ellos y  noto como aprovechas para meter mis manos dentro de mi culote y tirar de él también. Dos segundos más tarde siento como caen ambas cosas y me vuelvo a acomodar sobre ti. Te siento por completo. Noto tu calor. Estoy ardiendo. Pero no puedo dejar de mirarte. Me encanta tenerte desnudo para mí y que nada más importe. En esos momentos me olvido del mundo y hasta de que tengo que respirar.

Me miras y te muerdes el labio cuando me remuevo sobre ti. Subo despacio una de mis manos por tu pecho y acaricio todo a mi paso. Pellizco tu pezón y jadeas entre dientes. Subo más la mano y llego a tu pelo de nuevo. Mientras me muevo rápidamente sobre ti y sin más, me penetras por completo con mi ayuda. Arqueo la espalda y aprieto la parte interior de mis muslos contra ti en un jadeo hondo que se escapa de lo más profundo de tu boca. No te lo esperabas. Te lo he visto en la cara, pero hoy no me apetece andarme con rodeos. Te quiero desnudo. Dentro de mí. Jadeando  y corriéndote. En este orden.

Te abalanzas a mi boca de nuevo cuando me quedo sentada encima de ti y sin moverme. Vuelvo a perderme en tu pelo y una de mis manos a tu espalda donde empiezo a clavar mis uñas en el momento en el que empiezo a cabalgar sobre ti y empiezo a sacarte gruñidos de placer de entre los labios. Me deslizo por completo. Arriba y abajo. Dentro y fuera de ti. Me paras. Llevas mis manos a mis caderas y controlas esos movimientos. No dejas que salga más de lo que no puedes soportar. No quieres espacio entre ambos. Jadeo en tus labios cuando clavas tus dedos en mi culo. Vuelvo a moverme sobre ti con más fuerza. Empiezo a rozarme con tu pecho y mis tetas botan descontroladas. Siento como aprovechas mi superioridad y te llevas una de estas a la boca. Muerdes y desgarras mi pezón y se me escapa un gemido.

– Joder. – Suelto sin previo aviso mientras me aprieto más contra ti. Como puedo. Quiero más.

Vuelven las uñas a clavarse en tu espalda y las tuyas en mi culo. Vuelvo a subir y bajar en ti todo lo que me dejas. Vuelvo a arremeter contra tu pecho y a sentirte por completo. Se escapan gemidos aquí y allí. Tu boca recorre mis tetas, de un pezón al otro y vuelta a empezar. Arqueo la espalda y echo la cabeza hacia atrás. Joder, como iba a ser capaz de escribir algo aquella tarde si él se estaba encargando de escribirlo todo pero en mi piel. Boto descontrolada sobre sus muslos y empiezo a notar como me contraigo sin poder evitarlo, bajo la mirada, me muerdo el labio. Me entiende. Sabe que quiero y me ayuda a encontrarlo. Mueve con rapidez una de las manos que tiene en mi culo y la cuela entre mis labios. No me preguntéis cómo. No lo sé. Pero es jodidamente placentero tener su polla hundiéndose en mi coño y sus dedos perdiéndose en mi clítoris. No podría pedir más. Me estaba desatando y llevándome a la locura. Estaba controlando mis movimientos de cadera y sus dedos a la perfección. Me azotaba por dentro y hacía que me retorciera por fuera. Llevé mis manos a sus hombros en una de las últimas embestidas queriendo impulsarme más y sin más, sentí que me corría sin poder evitarlo. Entre jadeos y gemidos. Espasmos. Frotándome contra sus dedos y botando sobre él, notando segundos después su primer lanzamiento y seguidamente el calor. Escuché su jadeo desde lo más hondo, sus dedos seguían frotándome aunque sus movimientos de cadera habían parado y estaba completamente sentada sobre él. Quería llenarme por completo en esa postura tan nuestra. Tan íntima. Tan sensual. Sentí sus últimos espasmos esparciéndose dentro de mí y entre mis muslos. Sus dedos fueron bajando la intensidad dándome tregua y me deje caer en su hombro con un suave beso.  

Me abrazo por completo, dejando sus brazos alrededor de mi espalda. Jugueteo con la yema de sus dedos. Empezó a hacer movimientos en círculos mientras subía la otra mano a mi pelo y la perdía entre mis rizos, volviendo a hacerlo. Volviendo a despeinarme. Suspiré relajada. Notaba su corazón acelerado y su pecho bombeando por completo contra el mío. Deje caer mis manos en su espalda y me cogí a él por completo. Me quede ensimismada en ese instante sin saber el tiempo que llevamos así. De repente le escuche decir.

– Eres increíble.  

Paladeé sus palabras. Me recreé en ellas. ¿Podría haber mejor momento que aquel?  El chico de tu vida diciéndote que eres increíble teniéndole dentro todavía. Mojada. Sucia. Oliendo a sexo. A él. A ambos corriéndonos entre jadeos. Jodiendo como nos habíamos enseñado el uno al otro. Queriéndonos a nuestra manera. Giré mi cabeza despacio y en una sonrisa le susurre casi en sus labios.

– Gracias por dejarme siempre ser partícipe de quien eres.

Me volvió a besar y en menos de lo que os imaginéis estábamos de nuevo follando sonoramente en aquella casa. Esta vez habíamos elegido el escritorio. Pese a lo que refunfuñaría al día siguiente. Ahora sí, ya no había sido yo la que había decidido que se había acabado el momento de crear, habíamos sido ambos. Ambos habíamos decidido que era momento de crear, pero esta vez, juntos.

domingo, 27 de enero de 2019

Recaída nº ¿...?


Hoy es de esos días que me saben a ti. A tu olor, a tu aroma… Sé que ya no estamos, que no tenemos nada en común, que no existe un presente ni un futuro, solo el pasado. Pero me apeteces en forma de carne. Sí, no te lo voy a negar, me encantaba hacer el amor contigo o follar como descosidos. Me da igual el término que prefieras usar, hemos hecho de todo y de todas las formas posibles, no me pondré exquisita ahora cuando, no lo hago en otros momentos. Me apetece gritarte en el oído y resoplarte en la boca, volverte loco y que al intentar buscarme la boca te devuelva un bocado en forma de guerra. Y vaya guerra…

Me apetece tanto que estoy debatiéndome si escribirte o directamente presentarme en la puerta de tu casa. Sé de sobra que si te aporreo la puerta en busca de guerra me vas a abrir con los brazos abiertos, ¿pero debería hacerlo? ¿Debería ir a tus brazos en busca de calor después de todo? ¿Podemos permitírnoslo? Pero sobre todo, ¿puedo permitírmelo? Sinceramente no lo sé. ¿Se considera recaída o simplemente significa follar con alguien en el que ya confías? Sinceramente me da igual.

Pero... en estos momentos solo puedo concretarme en ti y en cada una de tus embestidas, en cómo te bombea el pecho cuando me penetras con furia, en como jadeas a base de gruñidos que se escapan de tus labios, en cómo me miras, no veo lujuria veo cariño y quien sabe que más cosas, no lo quiero ni pensar.  Cierro los ojos unos segundos intentando no pensar en nada y es inútil. Si sigo con los ojos cerrados me teletransportaré de nuevo al pasado donde solíamos ser felices queriéndonos, los vuelvo a abrir y de nuevo me pierdo en ti. En cómo te muerdes el labio cada vez que subo la cadera y te busco, me rozo y vuelta a empezar… me alejas de ese labio, sabes que me encanta casi tanto como tú y buscas que me desespere todavía más por quererte besar y morderte. Te aprieto de la cadera, no te dejo escapatoria, no te dejo mucho margen de movimiento, gruñes y no puedo evitar reírme mientras me miras y sé que con la boca pequeña me estas odiando.


– Todavía sé cómo te gusta, siento decírtelo. – Y me río sin poder evitarlo.
  Siempre tan odiosa. – Me sueltas casi sin aliento cuando aprieto mi vagina contra tu erección completamente dura y húmeda.


Me tambaleo, me estremeces y se me escapa un gemido en tu oreja, mientras te desgarro suave y poco a poco la espalda con mis uñas y aprovechas para bombear más y más fuerte,  esta era mi venganza, me la había ganado por completo. Sabía cómo te gustaba pero tú sabias como volverme loca y eso todavía te encantaba, tú mirada te estaba delatando. Me muerdo el labio, joder como me gusta cuando me la metes de esa forma tan desesperada, cuando te resbalas por completo  de lo mojada que estoy. Joder. Estaba en lo cierto, hoy me apetecías como nunca y estaba empezando a saber por qué.

De repente siento que paras de embestirme con ganas, te quedas dentro de mí y me miras fijamente. Te odio,  no te lo puedo decir en este momento, pero lo hago. Lo hago con todas mis fuerzas. No pares, joder, no lo hagas.  Quiero gritártelo pero no puedo. Adoro que hagas eso. Me encanta, me vuelve loca. JODER. Quiero, quiero que sigas, pero sé porque estás haciendo eso y quiero matarte de placer y de otras tantas formas. Me quedo unos segundos bloqueada, que digo me quedo, me bloqueas durante unos segundos e intento desconectar mi cerebro en estos momentos, sobra decir, que teniéndote con la polla dura en lo más hondo de mí y mirándome de esa forma, es completamente imposible.   Y lo haces, y quiero morirme. De hecho creo que lo hago porque algo en mí vuelve a activarse. Me besas como nunca, otra vez. Te pierdes en mis labios, los saboreas, me engulles por completo y pierdes tu lengua entre la mía y no, no siento lujuria. Siento eso que nosotros hablábamos tan bien en un tiempo atrás. Siento calidez, calma, tranquilidad... y sin querer, pero queriéndote todavía, te abro la vida y el alma al mismo tiempo en el que vuelves a clavarte por completo y siento como me derrites entre tus labios y tus piernas y joder. ¡Cómo  no voy a querer follar contigo todos los días de mi vida, si tienes la capacidad de explotarme el cerebro con solo rozarme!   

No dejas de hacerlo, no dejas de embestirme con desesperación y siento que no puedo más. Lo sabes de sobra. Me lo ves en la cara. No dejo de agitarme debajo de ti, de removerme y de contraerme. Busco tus embestidas, me hundo más en ti, me rozo contigo todo lo que nuestros cuerpos me lo permiten, muerdo tu hombro repetidas veces y siento tu gruñido en la parte baja de mi vientre. Me quejo de placer de nuevo y te busco la mirada. Me sonríes con esa media sonrisa que se clava en la parte más profunda del alma y que avecina todas las tormentas habidas y por haber. No, joder, así no, no me mires así.  No lo vuelvas a hacer, por favor te lo pido. Pero sí, lo vuelves a hacer, me vuelves a sonreír mientras te quedas en lo más hundo y no puedo evitar morderme el labio en una media risa.


– Te…  – comienzo a decir cuando noto que te has quedado parado dentro de mí de nuevo, pero tu dedo sobre mis labios y una embestida me hace cambiar las palabras por gemidos. Te ríes y quiero matarte. Intento no sonrojarme pero es inevitable. Bajo un poco la cabeza y mientras me levantas la barbilla de nuevo para mirarte me sueltas. – Yo también te… –.


Fin de las risas. Aprovecho que no estás en guardia y en un movimiento rápido acabo por sentarme encima de ti. Consigo que no salgas de mí con tu ayuda. Sinceramente no me apetece dejar de sentirte. Tengo esa necesidad de ti que en estos momentos me supera. Siempre he odiado como conseguías sobrepasar mis límites y te deshacías de la cordura que por supuesto se olvidaba de mi nombre.  Me recoloco sobre ti y quieres acabar conmigo y en mí. Empiezo a moverme sobre ti, volvemos a ser uno y vuelvo a odiar lo bien que nos compenetramos. Estamos a punto, mis movimientos desesperados y tus gruñidos entre dientes me lo anuncian. Retomo los movimientos con furia y te siento por debajo de mí, sé que vas a buscar acabar a la vez. Te encantaba que nos deshiciéramos en gemidos juntos. Noto tus caderas chocando con mis muslos y me estremezco. Levanto la mirada y te hablo de esa forma tan nuestra. No necesitas más que una simple mirada para saber que me voy a correr si sigues así y que no me va a importar nada. Coloco una de mis manos alrededor de uno de tus pechos y subo una a tu cuello y sin más en esa embestida que me desborda por dentro siento un jadeo que se me desgarra desde el fondo de la boca y me corro mientras te aprietas contra mí todo lo que puedes en mi cadera acabando también entre espasmos de placer y gruñiditos suaves. Nunca has querido superarme en estos momentos. Siempre has querido que los gritos fueran cosa mía. Te encantaba verme tan desinhibida. Tan alocado. Tan ardiente. Tan fuera de mí.

He conseguido mantenerte la mirada. Ese contacto tan íntimo, tan cálido, tan fuera de lo común cuando solo follas con alguien. Me lo has pedido a gritos aunque no te ha hecho falta abrir la boca. Sigues martirizándome y me gustaría saber por qué. No, para que engañaos, no quiero saber porque, porque sinceramente me lo imagino y no tengo a mano paracaídas que me salve de este precipicio. Conseguimos recuperarnos poco a poco, siento como tu respiración se acompasa y vuelve a la normalidad, por mi parte, siguen temblándome las piernas bajas las manos poco a poco entre suaves caricias y me acomodas sobre ti. Sonríes. Otra vez no, por favor. Evito la mirada y lo vuelves a hacer. Coges mi barbilla y me obligas a mirarte. Te maldigo en silencio. Electricidad nuevamente. Magia.  Y así, de repente, lo vuelves a hacer. Vuelves a poner mi mundo patas arriba.


– Todavía te… quiero. – Me susurras en un anhelo.


Me quedo en silencio. ¿Qué hago contigo, joder? Esto se basaba en follar como cuando éramos «algo». No en remover lo que no nos había pertenecido. No se trataba de volver a caer. De volver a ser un nosotros. Suspiro. Me muerdo el labio y cierro los ojos. A veces es imposible evitar la realidad aunque pongas mil barreras de por medio. Me das mi tiempo, me dejas mi espacio. Sabes que hablar no es de mis puntos fuertes cuando se trata de ti. Abro muy lentamente los ojos de nuevo, sabiendo de sobra que estarás impaciente por conocer mi reacción, que no me has quitado ni un segundo la mirada de encima, y no lo puedo evitar. Me río al ver cómo me contemplas con una de las manos detrás de la cabeza. Joder, que sexy estás. Si, esto es lo pienso en mitad de la declaración de amor que me acabas de hacer. Creo que tengo un problema. O tú eres el problema, no lo tengo claro. Se acaba la risa. Silencio. Me inclino un poco sobre ti y te susurro con una sonrisa.


– Con que todavía me…quieres. Interesante. –  Mi respiración llega a tu boca y me miras
con intención de que el mundo se acabe aquella noche. Empiezas a hacerme cosquillas de las que sabes que me desbancas, me conoces, jugar contigo siempre fue más fácil y cuando no me lo espero me vuelves a besar.  Ya no hay vuelta atrás. 

Hala, vuelta a empezar.    

« Horizonte Martina » : Martina con vistas al mar I


¡Buenas tardes a todos!

En esta tarde de domingo me gustaría compartir con todos vosotros otra de esas reseñas que me he prometido llevar al día a pesar de las complicaciones de la vida.

En este caso os traigo: «Martina con vistas al mar» primera parte de la bilogía «Horizonte Martina» de Elisabet Benavent. Una de mis escritoras favoritas.  De ella he leído muchos más títulos, como «Saga Valeria» o «Saga Sofía».


  •          Tapa blanda: 672 páginas
  •          Encuadernación : Tapa blanda
  •          Editorial : SUMA
  •          Idioma: Español
  •          ISBN-13: 9788483658482


Es cierto que no era uno de los títulos que más me habían llamado la atención de ella. Lo elegí un poco porque sabía cómo y sobre que escribía y nunca había tenido duda de su capacidad por conseguir engancharme y con este libro lo pude volver a comprobar. Solo necesite 50 páginas para querer saber más de Martina y su trépidante vida.  Me sorprendió bastante que Elisabet eligiera una temática como la cocina para su bilogía pero creo que tiene ese toque que la hace especial y que la hará diferente.

Al contrario de lo que me paso con otras sagas de ella, no me sentí muy identificada con Martina al principio, quizás era más del estilo emocional y realista de Amaia pero conforme he avanzado la historia y ella se ha abierto poco a poco y ese hermetismo y esa frialdad han caído por el propio peso de la vida también me he visto bastante reflejada en ella. Es del orden y la pragmática antes de dejar hablar a los sentimientos. Qué necesario es a veces. No he conseguido verme reflejada en Sandra en ningún momento, sé que todavía me queda una parte pero es un personaje complicado y bastante diferente a mí, aunque sí que es verdad que podría ponerle algún que otro nombre de mi vida y tendría todo el sentido del mundo. He de decir que me ha hecho reír cuando le he visto reflejada en ciertas situaciones surrealistas pero muy de mi vida.

Si hablamos del sector masculino tengo muchos sentimientos encontrados, por un lado tenemos a :  Pablo, típico hípster bohemio actual por el que pierden el culo muchas chicas, quién decide que tiene que ser Martina la que esté en su vida y con un pasado por explorar y explotar, el cual no le dará mucha tregua en ningún momento de la historia y que no dejará a ninguno indiferente, sobre todo a Martina.
Javi, típico mejor amigo, sincero, realista, amable, buen chico, que se vuelca en la vida de Amaia y la conoce mejor que ella misma. Quien hace de salvavidas en los peores momentos y quien se ve envuelto en mil «marrones» por culpa de esta.
Iñigo, no puedo decir mucho de él, al menos no en esta entrega, presiento que en la otra tendré que decirle que : «de bueno está siendo tonto», y os prometo que no me gustaría hacerlo.
Por último, aunque quizás debería haberos hablado antes de él, Fernando, el típico ex que se hace amigo tuyo y que es muy complicado delimitarle. Tampoco es muy participante de esta historia, no sé si la segunda parte puede tener alguna sorpresa en torno a él. Si tuviera que deciros con cual me quedo… tengo muchas dudas y una segunda parte por leer. Prometo daros la respuesta tras leer a «Martina en tierra firme».

Tiene como escenario la capital. No lo supe al comprarlo pero le dio muchos puntos cuando lo leí. La capital siempre ha sido mi ciudad de los sueños y poder caminar con Martina por muchas de las calles por las que ya he jugado con mis recuerdos es demasiado bonito. Poder sonreír mientras reconoces un lugar, un café o un restaurante es inevitable en estas historias, así es imposible no enamorarse aunque te niegues a hacerlo.
Como me ocurre en estas narrativas románticas y eróticas, porque no vamos a obviar que hay sexo hasta decir basta y que es bastante explícito. Vamos, puedes pasar un buen rato mientras y después, sin dudarlo. Me evado de la realidad por los capítulos en los que se cuenta la historia y más si en cada uno de los personajes te encuentras con gente de tu alrededor haciendo locuras parecidas a la de la historia. Es divertido, mágico y sobre todo muy necesario para que no quieras acabarlo nunca.

Después de esto, espero que os haya quedado claro que os lo recomiendo muchísimo. Ha sido una lectura muy rápida, muy entretenida y muy profunda. Al final, el pasado y por qué no, el presente de todos puede llegar a hacerte ver que compartes pensamientos y formas de actuar con ellos e incluso si lo piensas así tienes simulaciones ficticias. Hay momentos que se prevén y que están muy claros pero aun así el hilo de las 3 historias a la vez y los pensamientos momentáneos de Pablo hacen que simplemente fluyas por las páginas sin darte cuenta que se acabó.

Así me sentí yo al acabarlo. Tengo que deciros que me muero de ganas por empezar el segundo, el cual también os subiré por aquí en cuanto tenga un ratito. Tengo muchas incógnitas, muchas dudas, muchas expectativas pero sobre todo me muero de ganas porque pasen cosas que tienen que ser así aunque muchas veces nos neguemos a verlas.

¡Hasta pronto!    

miércoles, 16 de enero de 2019

Reseña : Yo te cuidaré de Marta Estrada


Bueno pues hoy estreno un apartado que me gustaría intentar compaginarlo con todo lo que quiero llevar hacia adelante en el tema de la lectura y la escritura. En este caso os traigo mi primera reseña. He tardado un poco, quizás más de la cuenta, pero al final la vida va arrasando y es imposible coger el ordenador para ponerse con todo.

En esta reseña os voy a hablar de la novela : Yo te cuidaré de Marta Estrada. Viene de manos de la editorial Caligrama y fue publicado en febrero del 2016. 




       ·         Tapa blanda: 362 páginas       ·         Encuadernación : Tapa blanda       ·         Idioma: Español       ·         ISBN-13: 9788491123330


Solo tuve que leer esta frase : «Un thriller psicológico. Cómo un padre se enfrenta a un miedo aniquilador para salvar a su hija adolescente, mientras la locura le pisa los talones.», para saber de qué iba la obra que tenía entre manos en aquellos momentos. Fue la frase detonante para que la quisiera leer. Llevaba mucho queriendo leer un thriller impregnado en misterio, terror, suspense…etc., y pensé que sería una buena elección.

Es cierto que cuando se habla de thriller se piensa en el típico asesinato o la típica investigación rocambolesca donde solo hay un asesino y una víctima. En este caso había una víctima clara que era el pobre, Javier Almazán, que además de quedarse ciego después de toda una vida, tiene que luchar contra la grave enfermedad de su hija adolescente. Todos sabemos que por un hijo se hace cualquier cosa,  él tendrá que luchar además de con su ceguera, con su trauma, un trauma que no le deja salir de casa y que le acorrala y,  la famosa Olga Vera, quién no está bien mentalmente y se cruza nuevamente en su vida para hacerle la vida más imposible todavía.  Por otro lado es cierto que nos encontramos con la pobre Nerea, víctima de una enfermedad pero que para mí gusto tiene que aprender mucho de la vida. Javier tendrá que lidiar con ella y con su enfermedad en todo momento.

Con este trío inusual, Marta Estrada, hace que nos sintamos indefensos y tengamos rabia al ver al pobre Javier enfrentarse a todo cuando está siendo manipulado y magullado por Olga Vera, quién le dejo durante 3 horas en un pozo y no fue capaz de ayudarle. ¿De verdad necesita algo más este hombre? Si ya tiene el pack completo: Una hija enferma y para mi gusto malcriada y una persona que ha sido capaz de reírse de su propio sufrimiento siguiéndole durante toda la vida.

No puedo decir nada en contra de este thriller psicológico consigue enganchar, es cierto que al principio te descoloca un poco y tiendes a querer dejarlo en ese punto, pero merece la pena continuar la lectura y terminarlo. Sí que es cierto que me falta un poco más de hilo en el trauma de Javier, por no hablar de todo lo que se puede suponer en cuanto llevas medio libro, pero aun así recomendaría leer el libro. Es entretenido y te permite disfrutar fuera de un género que quizás no exploramos tanto como nos gustaría.


Booktrailer de Yo te cuidaré