martes, 12 de febrero de 2019

Todavía.


Era una tarde extraña. Estaba en uno de esos días taciturnos. Había decidido alejarme un poco de todo y de todos por decisión propia. Me había alejado del móvil por unas horas y había notificado como urgente cualquier encargo de trabajo o llamada familiar. Había seleccionado una de esas listas de Spotify que siempre te pones en días así. Deberían definirse en sentimientos en lugar de títulos o de géneros. No iba a ningún lado siendo tan intensa. Ya lo sabía…Había preparado mi taza favorita, una cafetera de café y mi viejo escritorio. Hacía mucho que no me sentaba en él a escribir y a realizar todos los encargos que tenía cada día. Lo echaba de menos. Parecía una tontería pero sentarme allí y poder ver el horizonte anaranjado a través de la ventana conseguía evadirme de todo, al menos por un rato.

Había conseguido darle forma a una de esas ideas que te rondan en la cabeza y no te dejan concentrarte en nada más. Estaba contenta con el resultado, todavía no era de 10, pero se acercaba bastante. Le quedaban horas de trabajo y de perfeccionarla pero podía decir que me había sacado una sonrisa de satisfacción. Estaba ajena del mundo escuchando una de esas canciones que siempre te hacen bien, que te acarician la piel y las suturas cuando de repente  mi mente caprichosa decidió activarse al mundo real. En el mundo real las cosas iban bastante bien. No podía quejarme en el plano familiar, ni social, ni siquiera de trabajo. Pero. Siempre hay un pero. En este caso era un pero con nombre propio. Lucas.  

Suspiré. Levanté la cabeza y la giré hacia la cama de Tizón, dormía plácidamente, ajeno del mundo. Despreocupado. Incluso si increpabas al silencio podías escuchar sus ronroneos desde allí. Le envidié. A veces me gustaría ser un poco como él, tener todos los pequeños detalles de la vida de alguien que me quisiera como le quería yo. No había sido una decisión a la ligera, lo premedité mucho. Sabía que tener un animal no es como tener un juguete. Sabía que tenía sus responsabilidades y que debería de hacerme cargo de él también en días en los que no pudiera ni conmigo misma y no pude evitarlo. Le vi la carita tras los barrotes de aquel refugio de animales y quise que se quedara conmigo el resto de la vida. De esto ya hace un año.  Yo tenía 25 y el acababa de cumplir un añito. Ahora cumplimos juntos.
Me levanté y me acerqué a él, le recoloqué la cama bien quitándole alguno de sus juguetes de allí para dejarle espacio, se removió y le rasque en la cabeza como le gustaba. Maulló y me lamió la mano. Le deje un beso entre las orejas y me alejé en busca de mi teléfono móvil.

Quité mi personalizado modo Beth. Dejé que empezarán a llegar las notificaciones. Buscaba que apareciera su nombre pero, ¿a quién quería engañar? No tendría un WhatsApp suyo. Visualicé Instagram y sus locos likes, quité todos aquellos mensajes de las de siempre, respondí a alguno que otro mensaje individual sobre cuestiones banales de la vida que te gustaría responder en persona y con alguna cerveza en mano pero la distancia manda:

¿Qué tal va la semana? – Leí de la mano de él. Era un desastre para las relaciones sociales vía instrumentos del siglo  XXI pero se había prometido intentar mantener todo y pese a mis pequeñas «broncas» por pasar una semana sin dar señales de vida, lo estaba consiguiendo.

Mucho curro la verdad. No he parado. ¿Y tú Qué? Tenemos que llamarnos pronto. Por favor. – Declaración de intenciones. Nunca había sido capaz de estar sin él más de una semana. Hablar con él era como ese bálsamo que lo calma todo. Era como la calma antes de la tormenta. Era una de esas amistades que se quedan pese a todos los defectos del mundo. Era conocernos mejor que nadie y entendernos en el silencio. A veces, solo era eso, silencio para encontrarnos en un palabra del otro.

Enviado. Revisé todo lo demás. Nada urgente. Nada prioritario. Nada. Eso era lo que más me dolía. Después de todo, nada. Busqué su contacto y miré su foto. En línea, por cierto No ha habido cambios desde la última vez. Desde la última recaída. Había salido huyendo de su casa y no había mirado atrás. Me había escrito días después para saber que tal estaba pero sobre todo para saber porque huía. ¿Cómo iba a ser capaz de responderle si ni siquiera yo misma lo sabía? ¿Huía de él? ¿De la sensación?... ¿Del pasado fallido? No estaba acostumbrada a sus declaraciones de amor. No después de todo. Nos habíamos hecho mucho daño. Nos habíamos querido por encima de nuestras posibilidades y habíamos fallado. Pero sobre todo nos habíamos fallado. No sabíamos estar juntos pero tampoco sabíamos estar separados. Siempre habíamos sido de esos que se pelean y se desean con la misma intensidad. Vaya intensidad…

Se apagó la pantalla de mi móvil mientras pensaba en todo aquello y me quede allí. Parada. Inmóvil. Apagada. Le echaba de menos. Pero, joder con los peros. Pero no debería ser. De repente sonó mi móvil, adiós el modo Beth, tardé 5 segundos en reaccionar. Esa canción. No, no, no… por favor no. Llevé mis manos a la cara. Aunque no lo estuviera viendo su nombre parpadeaba en la pantalla de mi móvil esperando una respuesta. Sabía que si no contestaba la próxima vez tendría que ser mi orgullo el que aporreara su puerta si quería saber algo de él. Estaba siendo valiente y yo una puta cobarde llena de miedos. Tanteé mi móvil y descolgué.

– Hola grandullón. Siento la tardanza me habías cogido absorta escribiendo, ya me conoces. – Solté sin previo aviso con una risa de lado en la cara intentando sonar creíble. Realmente estaba absorta pero más que escribiendo pensando en él.

– Ya pensaba que estabas huyendo de mí, nuevamente. – Dijo en un reproche seco. Dolió. Si él supiera… Si alguna vez hubiera sabido todo. – ¿Por cierto, me abres? – Me saco de mis pensamientos con esa pregunta.

– ¿Cómo? – Conseguí decir al tiempo que escuché el timbre de casa sonando y empecé a escuchar los tonos de la llamada interrumpida por el interlocutor. Le iba a matar. Os juro que le hubiera asesinado con la mirada si hubiera podido. ¿Con qué derecho se presentaba en casa sin avisar? Tenía que avisar. Claro Beth para que no le abrieras la puerta jamás. Pusieras mil excusas y te buscaras mil planes. Chica, a veces, pareces tonta. Volvió a sonar el timbre y solté sin más. Ya voy, dame un minuto. Dame más bien una vida entera para conseguir estar preparada para aquello, pensé.

Sin más, me encaminé hacia la puerta de casa y la abrí. Estaba de estar por casa, llevaba un pantalón ancho y una de mis sudaderas favoritas. Ah y uno de esos moños en el pelo que te hacen ser la número uno del anti morbo. Él, sin embargo, estaba guapísimo. Había aprovechado que había salido de la oficina para presentarse en camisa blanca, pantalón vaquero y sus mocasines favoritos. Por favor, matadme. Me apoyé en el marco de la puerta y le dejé el espacio suficiente y perfecto para invitarle a entrar. Cerré cuando ya estuvo dentro y me apoye levemente sobre la puerta de espaldas a lo que estaba a punto de pasar. Respiré. Exhalé. Volví a respirar y me giré al interior.

Había aprovechado bien el tiempo. Había dejado sus cosas en el recibidor. Había ojeado mi ordenador y mi momento de creación. Se los sabía de memoria. Había trabajado y vivido muchos meses con ellos y jamás había puesto un pero en ellos. Había cogido a Tizón en brazos y le estaba haciendo cosquillitas y evitando que le lamiera toda la cara. Que pegajoso era mi chico, de verdad. Me reí sin poder evitarlo y me acerqué a ellos. Al momento Tizón maulló a modo de lloriqueo porque se quería venir conmigo y Lucas no le dejaba. Apoyé la barbilla en el hombro de Lucas y dejé que Tizón se retorciera en mi cara tanto como quisiera. Cerré los ojos. Supongo que necesitaba ese momento para ser capaz de afrontar esta situación de una forma madura y adulta. Suspiré y sentí su olor. Volví a notar mi nariz impregnada de él y llevé mis manos alrededor de su cintura sin poder evitarlo. Un acto de reflejo. Una de nuestras bonitas costumbres. Mierda, pensé. Intuí su sonrisa y le maldije. Lo había vuelto a hacer. Le había vuelto a invitar. Ya no había marcha atrás.

Se deshizo de Tizón en cuestión de segundos y se giró a mí. Abrí los ojos y le sonreí. Él también sonreía. Le rodeé el cuello con mis brazos y me pegue a él con necesidad de sentirle otra vez. Dejo sus manos en la parte alta de mi culo y le susurré en un suspiro.

– Lo siento. Ya me conoces. – Lo dije sin miedo. Tranquila. Nunca había sido culpa suya que no me abriera, siempre había sido cosa mía. Él ya había luchado bastante con eso. No era momento de más.

No dijo nada. No lo dijo porque sin más se abalanzó a mi boca. Entreabrí mis labios y aprovecho para meter su lengua. Me recorrió entera. Me subí a su cadera como pude mientras respondía a cada uno de los movimientos de su boca. Me enganché a su cadera y sus manos se perdieron en mi culo. Me apretaba a él con necesidad. Con fuerza. Con ganas. Muchas ganas. En cuestión de segundos tenía un bulto haciéndome presión en la parte baja de mi vientre. Me removí sobre él un poco. Me había despertado por completo y ahora lo quería todo, pero él, quería mi boca con desesperación. Como si tuviera miedo del tiempo que podía estar sin besarme. Subí mis manos de sus hombros hasta su pelo y seguí esa desesperación. Mordí su lengua y se quejó mirándome de reojo. Acto seguido empezó a andar conmigo encima y sonreí en medio del beso sabiendo que lo había conseguido. Me llevaba al primer lugar de la casa donde pudiéramos corrernos como animales.

Llego al sofá y se sentó conmigo encima. Me recoloqué sobre él cuando me dejo sentada sobre él y me apreté todavía más. Sentía toda su erección contra mi vagina. Pensaba que podía explotar. Incluso llegaba a hacerme daño esa presión. Me deshice de sus labios a regañadientes mientras tiraba de sus vaqueros y me deslizaba por sus piernas. Él me ayudo quitándose el bóxer mientras me quitaba la sudadera y los leggings negros quedándome en ropa interior. Vi cómo me miraba desde allí abajo. Se mordía el labio desesperado con la mano en la polla. Esperaba que me sentara sobre él y me moviera. De esa forma que le hacía desatarse por completo. Me reí levemente y lo vi en sus ojos. Me agache frente a él, quite su mano en un silencio que significaba esto es para mí y la lleve a mis labios. Humedecí la punta con mis labios y absorbí levemente mientras alzaba la mirada hacia él. Sentí sus manos sobre mi moño deshecho y sus gruñidos de placer. Se mordía el labio cuando la metí por completo en la boca y la saque lentamente.

– DIOS, pequeña. – Volví a hacerlo un par de veces y sentí como se retorcía en el sofá. Me ponía muy cachonda verle tan desesperado. Ver cómo me decía con la mirada que parara porque se iba a correr y todavía no quería. Quería hacerle sufrir un poquito más. La saque por completo hasta la punta y empecé a chupar con fuerza y a relamer el frenillo únicamente. Echo la cabeza hacia atrás y soltó un jadeo de lo más profundo de su boca. – Si, pequeña. Así, no pares.

Pero iba a parar y lo sabía. Seguí unos instantes más y la saque despacio de su boca. Bajo la mirada hacia a mí y me tendió una de las manos ayudándome. La cogí y entendí la invitación. Me subí sobre él entre risas y mordiéndome el labio y cuando estuve a horcajadas sobre él, sentí como sin poder esperar que lo hiciese yo, me penetraba por completo. Hasta el fondo. De una embestida. Me arqueé por completo con los ojos en blanco y la espalda hacia atrás. Suspiré y gemí. Sentí sus manos en mi espalda y llevé las mías a sus hombros. Me acomodé a su polla completamente húmeda por mi boca. Sentí como me abrazaba con la cara entre mis tetas y dejé varios besos sobre su pecho quedándonos así durante unos segundos.

– Todavía. – Le dije mientras sentía como su polla tenía espasmos dentro de mi vagina. Sentía como sus reacciones más humanas llamaban a las mías sin poder esperar. Se lo dije desnuda sobre él mientras hacíamos el amor una vez más abriéndome de nuevo a él. Todavía le quería.

Me embistió con fuerza desde abajo desbancándome y sacándome de ese momento íntimo. Me saco un jadeo y un joder al mismo tiempo. Golpeó con furia mi interior y se clavó hasta el fondo, donde solo le gustaba estar a él. Lamió mis pechos y mis pezones. Mordió mis tetas. Agarro mi culo con furia mientras me pegaba a él por completo. Estaba completamente llena de él. De amor y de placer. En cada rincón de mi cuerpo le sentía en una u otra forma y pensaba que me iba a desmallar. Me sacaba jadeos y gemidos desesperados. Hacía que todo mi interior se contrajera y paraba justo cuando sabía que me iba a correr. Jugaba a que no me fuese todavía. Le encantaba tenerme caliente, cachonda, desesperada y desatada para él. Apreté mis muslos contra él en una de las embestidas y me acompasé a él. Quería y necesitaba correrme, mi cuerpo pedía gritar su nombre durante un orgasmo. Bajé la mirada y él levantó la suya. Llevo sus labios con los míos y mientras nos besábamos como dos enamorados empezó a correrse en mi interior entre espasmos cuando mi interior se contraía por completo en un orgasmo que llevaba su nombre. Siguió bombeando sus caderas todo lo que podía sin separarse de mis labios y fue aminorando el ritmo. Fue parando lentamente mientras me dejaba sentada sobre él. Se separó de mis labios lentamente con la cara colorada por el sudor y el esfuerzo mientras le mesaba el pelo con cariño.

– No lo vuelves a hacer otra vez. – Sentenció mirándome a los ojos. Sentenció y yo comprendí que significaba esa frase. Sentenció y me deje querer por su cuerpo desnudo pegado al mío y sus dedos en mi espalda.

– No me dejes hacerlo, por favor. – Esa era yo. La enamorada. La que no tenía miedo.  La que no le importaba ser débil. La que no quería dejar de quererle nunca. La que no quería volver a huir y para ello le pedía ayuda.

Sentenció y sentencié. Lo sabía. No era una simple frase. Era una declaración de intereses. Una petición de ayuda. Una necesidad. Necesitaba que nunca me dejara irme para que supiera que siempre tenía que quedarme. Aquella noche me quedé y se quedó. Se quedó desnudo conmigo en el sofá haciéndome cosquillas en la espalda. En la cama haciéndome gritar, haciendo que me corriera otra jodida vez.  Durmiendo conmigo.  Se quedó y yo me quedé con él, en él y enamorada de él. Todavía.




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