domingo, 27 de enero de 2019

Recaída nº ¿...?


Hoy es de esos días que me saben a ti. A tu olor, a tu aroma… Sé que ya no estamos, que no tenemos nada en común, que no existe un presente ni un futuro, solo el pasado. Pero me apeteces en forma de carne. Sí, no te lo voy a negar, me encantaba hacer el amor contigo o follar como descosidos. Me da igual el término que prefieras usar, hemos hecho de todo y de todas las formas posibles, no me pondré exquisita ahora cuando, no lo hago en otros momentos. Me apetece gritarte en el oído y resoplarte en la boca, volverte loco y que al intentar buscarme la boca te devuelva un bocado en forma de guerra. Y vaya guerra…

Me apetece tanto que estoy debatiéndome si escribirte o directamente presentarme en la puerta de tu casa. Sé de sobra que si te aporreo la puerta en busca de guerra me vas a abrir con los brazos abiertos, ¿pero debería hacerlo? ¿Debería ir a tus brazos en busca de calor después de todo? ¿Podemos permitírnoslo? Pero sobre todo, ¿puedo permitírmelo? Sinceramente no lo sé. ¿Se considera recaída o simplemente significa follar con alguien en el que ya confías? Sinceramente me da igual.

Pero... en estos momentos solo puedo concretarme en ti y en cada una de tus embestidas, en cómo te bombea el pecho cuando me penetras con furia, en como jadeas a base de gruñidos que se escapan de tus labios, en cómo me miras, no veo lujuria veo cariño y quien sabe que más cosas, no lo quiero ni pensar.  Cierro los ojos unos segundos intentando no pensar en nada y es inútil. Si sigo con los ojos cerrados me teletransportaré de nuevo al pasado donde solíamos ser felices queriéndonos, los vuelvo a abrir y de nuevo me pierdo en ti. En cómo te muerdes el labio cada vez que subo la cadera y te busco, me rozo y vuelta a empezar… me alejas de ese labio, sabes que me encanta casi tanto como tú y buscas que me desespere todavía más por quererte besar y morderte. Te aprieto de la cadera, no te dejo escapatoria, no te dejo mucho margen de movimiento, gruñes y no puedo evitar reírme mientras me miras y sé que con la boca pequeña me estas odiando.


– Todavía sé cómo te gusta, siento decírtelo. – Y me río sin poder evitarlo.
  Siempre tan odiosa. – Me sueltas casi sin aliento cuando aprieto mi vagina contra tu erección completamente dura y húmeda.


Me tambaleo, me estremeces y se me escapa un gemido en tu oreja, mientras te desgarro suave y poco a poco la espalda con mis uñas y aprovechas para bombear más y más fuerte,  esta era mi venganza, me la había ganado por completo. Sabía cómo te gustaba pero tú sabias como volverme loca y eso todavía te encantaba, tú mirada te estaba delatando. Me muerdo el labio, joder como me gusta cuando me la metes de esa forma tan desesperada, cuando te resbalas por completo  de lo mojada que estoy. Joder. Estaba en lo cierto, hoy me apetecías como nunca y estaba empezando a saber por qué.

De repente siento que paras de embestirme con ganas, te quedas dentro de mí y me miras fijamente. Te odio,  no te lo puedo decir en este momento, pero lo hago. Lo hago con todas mis fuerzas. No pares, joder, no lo hagas.  Quiero gritártelo pero no puedo. Adoro que hagas eso. Me encanta, me vuelve loca. JODER. Quiero, quiero que sigas, pero sé porque estás haciendo eso y quiero matarte de placer y de otras tantas formas. Me quedo unos segundos bloqueada, que digo me quedo, me bloqueas durante unos segundos e intento desconectar mi cerebro en estos momentos, sobra decir, que teniéndote con la polla dura en lo más hondo de mí y mirándome de esa forma, es completamente imposible.   Y lo haces, y quiero morirme. De hecho creo que lo hago porque algo en mí vuelve a activarse. Me besas como nunca, otra vez. Te pierdes en mis labios, los saboreas, me engulles por completo y pierdes tu lengua entre la mía y no, no siento lujuria. Siento eso que nosotros hablábamos tan bien en un tiempo atrás. Siento calidez, calma, tranquilidad... y sin querer, pero queriéndote todavía, te abro la vida y el alma al mismo tiempo en el que vuelves a clavarte por completo y siento como me derrites entre tus labios y tus piernas y joder. ¡Cómo  no voy a querer follar contigo todos los días de mi vida, si tienes la capacidad de explotarme el cerebro con solo rozarme!   

No dejas de hacerlo, no dejas de embestirme con desesperación y siento que no puedo más. Lo sabes de sobra. Me lo ves en la cara. No dejo de agitarme debajo de ti, de removerme y de contraerme. Busco tus embestidas, me hundo más en ti, me rozo contigo todo lo que nuestros cuerpos me lo permiten, muerdo tu hombro repetidas veces y siento tu gruñido en la parte baja de mi vientre. Me quejo de placer de nuevo y te busco la mirada. Me sonríes con esa media sonrisa que se clava en la parte más profunda del alma y que avecina todas las tormentas habidas y por haber. No, joder, así no, no me mires así.  No lo vuelvas a hacer, por favor te lo pido. Pero sí, lo vuelves a hacer, me vuelves a sonreír mientras te quedas en lo más hundo y no puedo evitar morderme el labio en una media risa.


– Te…  – comienzo a decir cuando noto que te has quedado parado dentro de mí de nuevo, pero tu dedo sobre mis labios y una embestida me hace cambiar las palabras por gemidos. Te ríes y quiero matarte. Intento no sonrojarme pero es inevitable. Bajo un poco la cabeza y mientras me levantas la barbilla de nuevo para mirarte me sueltas. – Yo también te… –.


Fin de las risas. Aprovecho que no estás en guardia y en un movimiento rápido acabo por sentarme encima de ti. Consigo que no salgas de mí con tu ayuda. Sinceramente no me apetece dejar de sentirte. Tengo esa necesidad de ti que en estos momentos me supera. Siempre he odiado como conseguías sobrepasar mis límites y te deshacías de la cordura que por supuesto se olvidaba de mi nombre.  Me recoloco sobre ti y quieres acabar conmigo y en mí. Empiezo a moverme sobre ti, volvemos a ser uno y vuelvo a odiar lo bien que nos compenetramos. Estamos a punto, mis movimientos desesperados y tus gruñidos entre dientes me lo anuncian. Retomo los movimientos con furia y te siento por debajo de mí, sé que vas a buscar acabar a la vez. Te encantaba que nos deshiciéramos en gemidos juntos. Noto tus caderas chocando con mis muslos y me estremezco. Levanto la mirada y te hablo de esa forma tan nuestra. No necesitas más que una simple mirada para saber que me voy a correr si sigues así y que no me va a importar nada. Coloco una de mis manos alrededor de uno de tus pechos y subo una a tu cuello y sin más en esa embestida que me desborda por dentro siento un jadeo que se me desgarra desde el fondo de la boca y me corro mientras te aprietas contra mí todo lo que puedes en mi cadera acabando también entre espasmos de placer y gruñiditos suaves. Nunca has querido superarme en estos momentos. Siempre has querido que los gritos fueran cosa mía. Te encantaba verme tan desinhibida. Tan alocado. Tan ardiente. Tan fuera de mí.

He conseguido mantenerte la mirada. Ese contacto tan íntimo, tan cálido, tan fuera de lo común cuando solo follas con alguien. Me lo has pedido a gritos aunque no te ha hecho falta abrir la boca. Sigues martirizándome y me gustaría saber por qué. No, para que engañaos, no quiero saber porque, porque sinceramente me lo imagino y no tengo a mano paracaídas que me salve de este precipicio. Conseguimos recuperarnos poco a poco, siento como tu respiración se acompasa y vuelve a la normalidad, por mi parte, siguen temblándome las piernas bajas las manos poco a poco entre suaves caricias y me acomodas sobre ti. Sonríes. Otra vez no, por favor. Evito la mirada y lo vuelves a hacer. Coges mi barbilla y me obligas a mirarte. Te maldigo en silencio. Electricidad nuevamente. Magia.  Y así, de repente, lo vuelves a hacer. Vuelves a poner mi mundo patas arriba.


– Todavía te… quiero. – Me susurras en un anhelo.


Me quedo en silencio. ¿Qué hago contigo, joder? Esto se basaba en follar como cuando éramos «algo». No en remover lo que no nos había pertenecido. No se trataba de volver a caer. De volver a ser un nosotros. Suspiro. Me muerdo el labio y cierro los ojos. A veces es imposible evitar la realidad aunque pongas mil barreras de por medio. Me das mi tiempo, me dejas mi espacio. Sabes que hablar no es de mis puntos fuertes cuando se trata de ti. Abro muy lentamente los ojos de nuevo, sabiendo de sobra que estarás impaciente por conocer mi reacción, que no me has quitado ni un segundo la mirada de encima, y no lo puedo evitar. Me río al ver cómo me contemplas con una de las manos detrás de la cabeza. Joder, que sexy estás. Si, esto es lo pienso en mitad de la declaración de amor que me acabas de hacer. Creo que tengo un problema. O tú eres el problema, no lo tengo claro. Se acaba la risa. Silencio. Me inclino un poco sobre ti y te susurro con una sonrisa.


– Con que todavía me…quieres. Interesante. –  Mi respiración llega a tu boca y me miras
con intención de que el mundo se acabe aquella noche. Empiezas a hacerme cosquillas de las que sabes que me desbancas, me conoces, jugar contigo siempre fue más fácil y cuando no me lo espero me vuelves a besar.  Ya no hay vuelta atrás. 

Hala, vuelta a empezar.    

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